27 de noviembre de 2023

De Mayagüez a San juan - Anécdotas de un viaje en tren en 1907

Cuando hablamos del tren muchas veces se nos olvida lo deficit que podía ser la jornada cuando las inclemencias del tiempo, accidentes o problemas con la vía atrasaba al tren. El siguiente relato publicado el 1ro de junio de 1907 en el periódico La Correspondencia de Puerto Rico nos ayuda a comprender las dificultades confrontadas por los viajeros:1


De San Juan a Mayaguez - Impresiones de viaje.


La noticia lee:

Martes 28. ¡Martes tenia que ser! Más que aburrido de la lluvia y yo queriendo pasar otra noche de encierro en la ciudad de todas mis simpatías - cuando no llueve - apresúrome á preparar mi regreso a San Juan.

Una vez listo, me dirijo en coche a la estación del ferrocarril, y ¡cosa estupenda y jamás vista! el jefe de estación da cuenta al público de que la línea se hallaba interrumpida desde desde Yauco al Guajataca, encontrándome bloqueado, en la ciudad de las Iluvias perpétuas.

Estas lluvias, las fastidiosas lluvias,- achaques quiero la muerte - habian ocasionado derrumbes, descarrilamientos, fieros males a la impoderablemente digna de todos los favores gubernamentales compañía de ferrocarriles de Puerto Rico.

Al pronto creíme encerrado en Mayagüez por varios dias, pero á eso de las tres de aquella misma tarde recibí aviso de que el tren se acercaba, y ligero y contento, en él me meto tan pronto como llega, resuelto a no volver por la bella ciudad del Oeste hasta tanto no sepa que la gente se muere allí de sed.

Mi alegría duró bien poco, pues la noticia de que tendríamos que trasbordar en Guajataca, andando un largo trecho a pié, no era para conservar el buen humor a nadie.

En Aguadilla suben al tren el comandante Lutz y el capitán Fernandez Nater, viniendo los dos a sentarse a mi lado, atraidos, quizás, por el encanto de unos ojos muy pícaros que junto a mi brillaban.

Llegamos a Isabela y - allí fué Troya - nos encontrábamos cerca del puente, en Guajataca, y teníamos que andar lo menos un kilómetro hasta alcanzar el otro tren que, allá en lo alto lanzaba de su máquina espirales de humo. Con una carreta y dos quitrines se hacía el trasbordo de pasajeros y equipajes, pero era tan lento, que el comandante y yo resolvimos irnos á pié y con nuestras maletas, cuesta arriba, sin fijarnos apenas en la belleza magnífica de paisaje, pero convenciendonos bien pronto de que el calor era verdaderamente sofocante.

Mr Lutz adquiere informes del grave peligro que corrían los pasajeros que venían de San Juan de caer, con vagones y todo, desde una altura de más de 40 metros.

Eran las siete menos veinte minutos cuando el tren se puso en marcha de nuevo y, poco después, empieza á anochecer.

Trato de distraerme recorriendo los distintos vagones del tren, y entonces observo que el pasaje es bastante numeroso y que todo se siente molesto por el polvo del carbón de la máquina, que ensucia caras y ropas; siendo las mujeres las que más sufren durante aquel viaje interminable.

Eu la estación de Arecibo el comandante pregunta muy serio por el ventanillo: - Hay sopa? contestándole un chiquillo: - Eso es Hatillo.

Es ya completamente de noche y en nuestro carro, mal alumbrado por un triste farol de aceite, un comisionista prepara su comida, sacando de la maleta una lata de sardina y una botella de cerveza.

Mr. Lutz mira disimuladamente y con muchísima envidia la cena del comisionista, y yo, único testigo de aquella escena muda, me entretengo observándola.

A todo esto, compadecido del triste estado del Comandante, hice pasar en Arecibo un telegrama al amigo Rubert, de San Vicente, para que tuviera preparados algunos "sandwiches” al pasar por dicha estación; y el buen amigo así lo hizo, con gran contentamiento de Mr Lutz y del doctor Lugo Viñas que desde Arecibo era nuestro compañero de viaje.

Un poco antes de llegar a San Vicente, el triste farol que intentaba en un principio alumbrar el vagón, habíase apagado, y como Mr Lutz. viera pasar al conductor, le dijo que le arreglara, contestándole éste secamente, que él no era farolero.

Tome nota, me dice el jefe de la policía; y ¡ya lo creo que la tomé! pero bien sé que inutilmente pues el empleado del tren al contestar de aquel modo, no hizo si no imitar las maneras que sus jefes se permiten cuando los hacendados y el público en general se les quejan del mal servicio de la Compañía.

Por fin a las doce de la noche rendimos el terrible viaje, maltrechos y dados á todos los demonios.

Luis Brau.


Compare este artículo con uno similar redactado en 1950...

Fuente


1. (1907, junio 1). De San Juan a Mayaguez - Impresiones de viaje. [Periódico digitalizado]. La Correspondencia de Puerto Rico. A.18. No.4706. p.3. Chronicling America: Historic American Newspapers. Biblioteca del Congreso de EE.UU.